Impuso precipitado  

Posted by re3virao in

Imagínate el panorama de izquierda a derecha: Yo, un paso de cebra, acera cuadriculada y al final, un antro de garito. Ahí quería llegar yo y allí estaba, siendo víctima de un chaparrón que empezaba a escampar y entre los faros multicolores de un tráfico infranqueable. Me identificaba, de modo delirante, con uno de esos personajes interpretados por Steve McQueen, con su destino frente por frente y esa mirada desafiante, exprimiendo la última calada del cigarrillo y lanzándolo de un pampli hacia el infinito. Yo, como no fumo, me limité a frotarme la barba a contrapelo con tintes de ego interesante. Igualito.

Cruzo por el paso de cebra, evitando caerme por las rendijas a la nada, atravieso la acera y abro la puerta de entrada y a priori no salida, con la mala suerte de ser traicionado por un maldito escalón que me hace tropezar contra una chica inocente y su complemento de copa que nos separaba. Mi puesta en escena fue lo más parecida al típico momento en el que presentan al payaso tristón de circo, pero sin ese maquillaje que enfatizara mi cara ya de – que forma de superarte-, y además con el valor añadido de tener el hombro de la sudadera empapada de a saber que cojones. Pido perdón y ella entre el regodeo de sus amigos intenta ser compasiva diciéndome que no pasa nada, cosa que me repugna y me hace sentir más sucio todavía, así que me excuso para desmarcarme al otro extremo de la barra y poder así finiquitar mi misión, mi decisión. Pido al camarero lo establecido en mi plan, dos cervezas bien frías, dándome cuenta con disimulo que una de las amigas de la damnificada, me clava una mirada cuanto menos desconcertante. Me da igual, yo me centro en las dos jarras que ya están encarándome. -Morir con decisión o vivir indeciso. Morir decisivo-. Empuño la media luna cristalina y dejo pasar deliberadamente una tremenda ola amarilla en tres tandas. En ese lapsus de tiempo, la desconocida de la “esquina” desprende un ruido que derivó en lo que deduje que era una horripilante carcajada. Me seguía observando, pero más igual me daba a mi. Tumbo llena de derrota y vacía de alcohol, la jarra que, sorprendentemente no había matado. Impresionado, medito el problema, materializado en forma de medio dedo de cerveza y transcrito en un sentimiento un tanto familiar: confianza. No era sed de venganza lo que padecía ya, era sed de gula, sed de pasividad. Había estado decidido a emprender una decisión inadaptada a las nuevas circunstancias, siendo hasta el momento inconsciente que las decisiones son dinámicas en base a los quiebros de los acontecimientos. Si no me quedara esperanza, un anhelo porque las cosas cambien a mi favor, ese compresible culito de color dorado se hubiera hecho hueco sin tutía entre pecho y espalda. Esa jarra, tatuada con el nombre de “indecisión” que ahora resbalaba cuerpo abajo, no era motivo práctico ni lógico para devolver un golpe del pasado. Ya no. Ahora era hora de aprovechar el potencial de las oportunidades presentadas. Miro a mi izquierda, y la piba me vacila con la mirada, apartándola de la línea recta de interacción. - Me está tomando el pelo- pienso - y se sigue mofando de mí, ¿si?, pues ahora no me da igual-. Pago por lo servido, me levanto con intenciones presuntuosas y noto claramente que la cebada había calado hasta el final, a punto de desempañar uno de sus efectos secundarios, lo podía predecir. Me planto a su vera, y le digo sin titubeos – Toma, te invito a una caña, creo que ESTA en particular te hace más falta a ti que a mi -, y me dispongo seguidamente a salir del tugurio. Justo entonces, un espontáneo de su círculo advierte de un escalón homicida que se hace pasar por cupido. Sonrío de espaldas (admito que la broma era buena y estaba bien ejecutada), levantando con suma exageración las rodillas hasta la altura de la cintura, primero una y después la otra, eludiendo la posibilidad de quedar en ridículo una vez más, pero sobretodo aprovechando para desprenderme de un “aroma” de la casa que les proyecto en forma de gas que enriquecía a modo de pastilla de avecrem aquel suburbio caldoso que los amparaba. En el tiempo de salir a la calle, esperaba haber podrido, intoxicado como mínimo la zona preferente para que, por amor de Dios, se potaran mutuamente.

Una vez fuera, siento el frío invernal que me hace sentir vivaz y nuevo del paquete. De manera progresiva, palpo mentalmente que el chaparrón de deberes pendientes, de la mano de ese tráfico de dudas e inseguridad permanente, vuelve a apoderarse de mi “desahogado” comportamiento, para acabar empujando mi consciencia hacia un nuevo destino, una nueva decisión. Ahora imagínate el nuevo panorama, de derecha a izquierda: Yo, la calle, mi casa, el ordenador, tu, yo y en medio de nosotros un mensaje que dice: -Las oportunidades no son infinitas, esta es la última.- Y ahí es donde que llegar yo.